Phineas Fogg se pasó. Después de pasar dos días subiendo y bajando de aviones, caminando por aeropuertos y durmiendo a ratos, me parece que el protagonista de La Vuelta al Mundo en Ochenta Días (libro de Julio Verne) es un maestro de la coordinación de transbordos, hoteles y transportes.
Para nuestra suerte, tenemos un asesor de la agencia «Al Sur Viajes» que hace todo eso por nosotras. Así que solo tuvimos que hacer filas y tener paciencia.
El viaje comenzó con el vuelo desde Santiago a Nueva York (SCL – JFK) vía Cathay Pacific, operado por Lan. Y lo más destacable de todo es que, aunque parezca mentira, los asientos en clase económica se reclinaban un poquito!!! Claro que después de 10 horas de viaje, uno solo quiere 180 grados de horizontalidad.
Aún siendo solamente pasajeros en tránsito, en Nueva York tuvimos que hacer todo el trámite aduanero. Lo que nos ayudó a pasar más rápido las 5 horas de espera. Fue inevitable sentirse un poco como Tom Hanks en «Terminal».
A diferencia de lo que pensamos, en lugar de dar la vuelta por el estrecho de Bering, el vuelo pasó por Siberia a China, así que abrir las ventanas era solo para ver nubes y, a veces, nieve.
Luego de eso embarcarnos para el vuelo desde Nueva York a Hong Kong (JFK – HKG), el vuelo más largo de la vida: 16 horas programadas, a las que se sumaron 40 minutos de espera para aterrizar que no nos hicieron felices.
En el aeropuerto de Hong Kong fue todo rápido, incluyendo el vistazo al edificio que tiene un hermoso diseño interior y donde todos son muy amables.
Tres horas después (a las 23 h aprox) nos recibió el Aeropuerto Internacional Suvarnabhumi de Bangkok, y 30 grados de temperatura correspondientes a la mínima del día. Ahí nos esperaba el transporte al hotel, el fin de la travesía y el principio de la aventura en el país de las sonrisas.
El primer día en Bangkok nos trae el año nuevo local y gente lanzando agua a diestra y siniestra, que con 42 grados de temperatura, no es tan malo.